Psic. Anaís Barrios


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Aquello que creemos que no es maltrato infantil pero sí es -parte I-


J*U*L*E*S â?º by Hugo Berthe

Cuando se habla de maltrato infantil es común que nos imaginemos aquellas formas de maltrato más evidentes: la marca de un correazo sobre el cuerpo del niño, un insulto extremadamente soez o el abuso sexual. Pocas veces las personas se detienen a pensar en aquellas formas de maltrato que suelen pasar desapercibidas en la vida cotidiana, bien sea porque han sido naturalizadas o porque surgen de la ignorancia o improvisación de quien las emprende. Es por ello que me he dispuesto a escribir sobre aquello que a veces creemos que no es maltrato infantil pero que sí es y está presente en la relación de muchos adultos con los niños.

Dentro de un concepto formal de maltrato infantil podremos encontrar que el abuso físico, el abuso emocional, el abuso sexual, la desatención, el trato negligente y la explotación son formas en las que se presenta este tipo de violencia. Dentro de estas formas de maltrato existen variantes y niveles de severidad que, aunque leves o sutiles, no están fuera del marco de los malos tratos, puesto que afectan el desarrollo integral del niño al generar malestar, sufrimiento o daño de tipo físico, emocional, moral y/o espiritual.

Con este artículo busco invitarlos a reflexionar sobre las variadas maneras en que podemos ser agresores o victimarios, en las que podemos colocar al niño en una posición no deseada de vulnerabilidad e indefensión. A continuación mencionaré algunas formas de proceder de los adultos que entran dentro del marco del maltrato infantil. Lamentablemente son muchas formas y no podré abarcarlas todas, de modo que trataré de mencionar las que observo con mayor frecuencia en la consulta o en el contexto que me rodea.

Un divorcio conflictivo

El divorcio puede llegar a ser para los hijos un proceso doloroso y difícil de asimilar, mucho más cuando el mismo es llevado de forma conflictiva. Esto tiene que ver con unos padres que no pueden establecer acuerdos sobre el cómo se configurará la familia, se distribuirán las responsabilidades y los bienes compartidos tras la separación. En ocasiones, la naturaleza de este conflicto deviene de que una de las partes no quiere ceder, pero más complejo es cuando son ambas partes las que no ceden y se entregan a una batalla de poder donde los hijos quedan atrapados recibiendo o tratando de esquivar los ataques que sus padres se propinan entre sí. En este marco relacional, se pueden presentar diferentes formas en las que los padres o familiares cercanos maltratan a los niños:

  • Cuando no se ofrece a los hijos una explicación razonable y consensuada del porqué de la separación, ni se brinda información sobre los cambios que tendrá la dinámica familiar y los roles.
  • Cuando se transmite a los hijos los sentimientos y pensamientos personales acerca del otro padre (“tu papá nos abandonó por otra mujer”, “es tu mamá la que no quiere que seamos felices”).
  • Cuando se pone a los hijos a elegir entre un padre u otro en un contexto de chantaje, presión, engaños y manipulación. Aquí es muy común que alguno de los padres haga promesas de una vida mejor que en realidad no puede ofrecer o deslumbre al niño con regalos materiales o límites permisivos.
  • Cuando se vuelve a los hijos testigos de discusiones, amenazas y agresiones verbales, psicológicas, físicas o patrimoniales.
  • Cuando se generan condiciones para que el hijo no tenga contacto con el otro padre.
  • Cuando se obliga o convence al hijo para que haga o diga cosas en contra del otro padre.
  • Cuando uno de los padres decide castigar al otro por medio del abandono de los hijos, desentendiéndose de ellos económica, física y emocionalmente.

Éstas y otras acciones entran dentro del marco del maltrato psicológico y la desatención, generando sufrimiento, ansiedad, confusión, miedo, sensación de abandono y desamor. Cuando estas condiciones se mantienen en el tiempo, he podido ver cómo los niños caen en una especie de apatía afectiva, donde la desesperanza y la adopción de las conductas corruptas que aprendieron de sus padres se vuelve algo natural.

Mostrar preferencia por alguno de los hijos

De entrada podría sonar un poco desnaturalizado, pero es muy frecuente. Es habitual que los padres tengan expectativas sobre los hijos, construyendo en su mente una especie de hijo ideal. El problema surge cuando estas expectativas son tan rígidas que no se adaptan a las características de los verdaderos hijos. Entonces nace la preferencia hacia aquel que se amolda más a los deseos del padre. Dicha preferencia se manifiesta de forma sutil o muy evidente a través de un trato más afectuoso o considerado, un vínculo más estrecho, atención incondicional, obsequios más bonitos o costosos para un hijo, mientras que el o los otros reciben más críticas, desatención, indiferencia, presiones y menos obsequios. Aquí tenemos otra forma de maltrato psicológico producto de la inmadurez de un padre que busca compensar sus carencias o frustraciones a través de los hijos.

Exponerlo a una disciplina deportiva demasiado exigente

Este punto puede estar relacionado con el anterior y ocurre cuando el padre propicia que el hijo se involucre en disciplinas deportivas de alto rendimiento, cuyas demandas de tiempo y entrenamiento van más allá del nivel de maduración del hijo. En muchos casos el hijo debe administrar su tiempo entre la escuela y el deporte, teniendo muy pocas oportunidades para la recreación, el esparcimiento, la socialización y el descanso. Prácticamente se obliga al hijo a vivir un régimen de vida explotador que nada tiene que ver con la vida de un niño o adolescente. Durante la infancia el deporte debería ser una oportunidad de disfrute y no la inducción a la profesionalización y la elección de una carrera prematura. Con esto último, no sólo se distorsiona el flujo natural del desarrollo evolutivo del hijo sino que se coloca en riesgo su salud física al exponerlo a lesiones músculo-esqueléticas producidas por entrenamientos no ajustados a su desarrollo psicomotor. 

No cumplir con los tratamientos médicos que requiere

Esto suele presentarse con más frecuencia en casos de niños que presentan algún tipo de condición congénita, discapacidad o enfermedad crónica. Al tratarse de condiciones que se mantienen en el tiempo, algunos padres, por descuido, comodidad o decisión propia, optan por no cumplir con los requerimientos en cuanto a atención y tratamientos médicos que los hijos necesitan, colocando en riesgo su calidad de vida, su integridad física y su integración social. Un ejemplo de ello lo pude ver con cierta incidencia cuando trabajé en la unidad de diabetes pediátrica de un hospital de mi ciudad: niños siendo internados por un coma diabético o niños con pérdida parcial o total de la vista por no recibir de sus padres los tratamientos recomendados. Pero también se puede observar en condiciones de salud transitorias o temporales, cuando por ejemplo una alergia en la piel es descuidada al permitir al hijo bañarse en una piscina y recibir sol sin ninguna protección. Esto tiene que ver con maltrato físico y descuido parental. 

Obligarlo a que asuma nuestras convicciones religiosas

Aquí quiero hablar en especial de cuando esas convicciones religiosas son adquiridas recientemente. Es decir, cuando el padre ha generado un cambio en sus creencias religiosas, con el convencimiento de haber encontrado su camino espiritual, y quiere meter a empujones y presiones al hijo. Muchas veces asumir una nueva religión implica cambios en el estilo de vida, modificándose las rutinas, la vestimenta, la alimentación, los círculos de amistades o los hábitos. Bajo estas condiciones, un padre puede maltratar emocionalmente a su hijo si no le explica el porqué de los cambios, no le ofrece la información necesaria sobre la nueva religión y le obliga a asumir la nueva dinámica de creencias sin considerar su madurez para comprenderla y asimilarla, ni mucho menos atender a sus opiniones y propias creencias. Mucho más grave aún es cuando se expone al niño o adolescente a presenciar rituales donde se sacrifica animales, se invoca a espíritus, se habla en lenguas, se habla de poseídos o de exorcizar; puesto que son situaciones que les llenan de ansiedad, confusión o temores. Esto sin ahondar en las sectas religiosas que pueden llegar a ser formas de secuestro y cautiverio.  

Obligarlo a trabajar en el negocio familiar

El trabajo conlleva responsabilidades y compromisos propios de la vida adulta. Un niño o adolescente puede involucrarse y colaborar eventualmente con algunas labores del negocio familiar sin que ello interrumpa su derecho a la educación, la recreación, el juego, la socialización y el descanso. Puede significar una forma de explotación cuando se obliga a un niño o adolescente a trabajar en el negocio de la familia cumpliendo horarios o responsabilidades que van más allá de su nivel de maduración y que pasan por encima de sus derechos y necesidades. Más explotado estará el infante si no recibe remuneración por sus labores ni reconocimiento. Esta situación se manifiesta con gran ocurrencia durante la temporada vacacional, ciclo donde se obliga al hijo a trabajar en vez de que aproveche su descanso escolar para el disfrute de otras actividades y el desarrollo de otros intereses.

Exponerlo a información sexual no adecuada a su edad o curiosidad

Se puede considerar una forma de abuso sexual si los padres no son cuidadosos al momento de tener relaciones sexuales y exponen al niño a que los vea. Esto ocurre con alta incidencia cuando los hijos comparten la habitación de los padres. Mostrar a un niño o adolescente fotos, películas, videos, caricaturas o escenas con información sexual explícita también es una forma de abuso, puesto que pueden generar un impacto y distorsionar la forma en que el niño o adolescente comprende y vivencia su sexualidad. Aquí también entra el descuido parental cuando no se educa a los hijos en el uso adecuado de las tecnologías y no se hace un monitoreo del tipo de información a la que acceden a través de la televisión por cable, los juegos en línea, las redes sociales, las páginas de buscadores y los servidores de vídeo.

Con estas primeras siete formas de maltrato infantil cierro este artículo. Como pudieron ver son configuraciones de la violencia que suelen pasar solapadas dentro del ejercicio de la crianza. En otra entrega compartiré otras con el fin de ampliar la información y sobretodo de sensibilizarlos en la adopción y promoción de formas más sanas y justas de criar y relacionarnos con los niños y adolescentes.

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¿Conoces otra forma en la que el maltrato infantil se puede presentar? Compártela y da tu aporte en los comentarios.


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Lo que aprenden los niños del castigo físico


 

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Untitled by Colby Stopa

“Te pego para que aprendas”.

“A ese niño le falta un buen correazo para que sepa respetar”.

“Si mi hijo me habla así, ten por seguro que se gana unas cachetadas”.

“Un correazo a tiempo no le hace mal a nadie”.

“Si no te pego, no aprendes”.

“Te pego porque soy tu mamá y tienes que aprender a hacer caso”.

“Tendrás que aprender a los golpes”.

¿Les resultan familiares estás frases? Es posible que muchos de nosotros hayamos escuchado que el castigo físico es necesario para educar a los hijos. Los menos ortodoxos creen que el castigo físico es necesario sólo en algunos momentos, pero no siempre, o que está bien pegar pero sin dejar marcas físicas en los niños. Lo cierto es que, aunque cada vez hay más padres que han optado por ofrecer a sus hijos una crianza basada en el buen trato, todavía existe una gran mayoría de personas que tienen una fe irracional, elogian y reconocen al castigo físico como método de crianza. En especial, parece que muchos concuerdan que este método es necesario cuando la conducta del niño o adolescente se ha vuelto realmente problemática y el único método “efectivo” de detenerla es pegarles.

Sé por experiencia que la mayoría de los padres o cuidadores que usan el castigo físico tienen el objetivo de enseñarles algo a sus hijos, pero ¿qué es eso que están enseñando? Es claro que de las acciones de los padres los niños aprenden, pero ¿qué aprenden del castigo físico? Hoy les voy contar lo que he podido observar en la consulta sobre lo que los niños aprenden de la correa, la cachetada, el chancletazo, el jalón de oreja, el pellizco, el puñetazo, la nalgada, el empujón, el zarandeo, el apretón…

Aprenden a obedecer por temor

El castigo físico no sólo genera dolor físico sino también dolor emocional, así como siembra el temor de los hijos a la disciplina del padre. Es así como los niños aprenden a obedecer por temor y no por respeto, por temor y no por sentido de responsabilidad, por temor y no por razón. Algunos padres se inflan de orgullo diciendo que sus hijos son obedientes porque les tienen miedo. Cuando uno de los pilares de la crianza es que el niño sienta miedo del padre, se está reduciendo significativamente la relación padre-hijo al construir un vínculo falto de confianza, respeto, afecto, comunicación y consideración. Creo que es más bonito que los hijos nos obedezcan porque nos admiran y respetan y no porque nos temen. Si preferimos que la relación con nuestros hijos esté basada en el temor, eso quiere decir que estamos muy carentes de habilidades para establecer relaciones sanas. 

Aprenden a sentirse culpables

Cuando un padre pega a su hijo suele justificar su acción haciendo ver que fue culpa del niño. Pocas veces se detiene a pensar qué ha hecho como padre o qué condiciones ha favorecido para que el niño se comporte de forma negativa, puesto que es más cómodo culpar al niño que hacer una revisión de los métodos de crianza y las conductas propias. En este contexto, el niño aprende a sentirse responsable de los problemas que ocurren en la relación con sus padres y aprende a culpabilizarse por su conducta. Una cosa es enseñar a los niños a ser responsables y conscientes de sus conductas y otra es que aprendan a sentirse culpables por las decisiones, reacciones y sentimientos que como padres asumimos ante las situaciones de crianza. Esto pudieran extrapolarlo en el futuro en sus otras relaciones.

Aprenden a creer que son malos

Al hacerles sentir culpables y merecedores de castigo físico también les enseñamos a creer que son niños malos. ¿Cómo enseñamos esto? Cuando le decimos que se portan mal, que son insoportables, que nadie los puede controlar, que se ganan que les peguen, que son un problema, que hacen que los demás pierdan la paciencia… Es decir cuando les ayudamos a construir un autoconcepto negativo de sí mismos, no les damos oportunidad para equivocarse y no les entrenamos para que aprendan a enmendar y mejorar sus conducta.

Aprenden que los golpes son una forma de resolver problemas 

Cuando nos valemos del castigo físico les estamos enseñando que la agresión es una forma de resolver problemas y que la impulsividad no merece ser educada. En este sentido, el niño aprende que cuando se encuentra ante una situación de desventaja, ante un malentendido, desacuerdo o cuando algo va en contra de sus deseos la opción más fácil es recurrir a la violencia. Después, nos ganamos la medalla de la incongruencia, cuando les castigamos por golpear a sus hermanos, amigos o compañeros de clase en los momentos que han tenido problemas con ellos. Hacemos niños emocionalmente más inteligentes cuando les enseñamos a resolver problemas sin pegar, pellizcar, morder, patear, gritar, amenazar, chantajear o manipular. Un reto que pocos queremos asumir porque tendríamos que aprender primero a dejar de emplear esas conductas.

Aprenden que el maltrato es normal e incluso válido

A pesar de que los niños sufren cuando reciben castigo físico, he podido escucharles decir que se lo merecían, que es normal que los padres peguen y que está bien que les peguen. Es decir, reproducen las justificaciones de los padres. Para aquellos que reciben castigo físico de forma intensa, su mayor deseo no es que les dejen de pegar sino que por lo menos no les peguen en la calle o delante de los demás. Esto es realmente deprimente e injusto. Nadie debería crecer con la creencia de que merece ser golpeado por la persona que lo educa o lo ama. Ningún tipo de agresión tiene justificación, en especial cuando agredir se ha tipificado como una transgresión a los derechos personales. Bajo estas condiciones se favorece que en el futuro los niños se conviertan en víctimas de maltrato o en victimarios.

Aprenden que basta tener un rol de poder para agredir

Cuando el padre se vale de su rol para usar el castigo físico, le enseña al niño que el poder da concesiones para agredir a los demás. Sólo basta tener un rol de poder para tener ventaja sobre los otros. Con ello, se enseña que los roles y el poder que éstos nos ofrecen pueden fácilmente ser corruptibles, si así nosotros los deseamos. Esta es un arma de doble filo, pues los padres no tienen para siempre el poder; los hijos crecen y a veces deben encargarse de sus padres. En este intercambio de roles, ¿cómo usarán los hijos su poder?

Aprenden a descargar sus frustraciones con los demás

He podido notar que cuando los padres recurren al castigo físico la emoción que reina es la frustración. Deciden reprender físicamente a sus hijos cuando sienten frustración por no obtener de ellos obediencia, colaboración o consideración. Entonces, el castigo físico se vuelve una técnica de descarga emocional más que de crianza. También pasa muy frecuentemente que a la frustración con el hijo se le unen otras frustraciones personales y el niño termina recibiendo una descarga de golpes y humillaciones que no necesariamente tienen que ver con su conducta. De esta forma, el niño aprende a patear a su perro, lanzar los objetos, golpear o gritar a los demás cuando se encuentra frustrado.

Aprenden a mentir

Muchos niños mienten para evitar las represalias de sus padres, volviéndose unos expertos en ocultar o distorsionar sus acciones. Aquí volvemos al primer punto, donde el castigo físico genera más temor que respeto. Pero no sólo mienten para evitar ser castigados, sino que también mienten para que el castigo sea corto y menos doloroso. Recuerdo cuando un niño me dijo que solía gritar y llorar más de la cuenta cuando su madre le pegaba para que ésta dejara de hacerlo. En este caso, la mentira se volvió en un recurso de supervivencia. Ojalá los niños no tuvieran necesidad de mentir y pudieran asumir con sinceridad y responsabilidad sus conductas, pues en vez de recibir reprimendas físicas reciben comprensión y pautas para mejorar su conducta.

Aprenden a guardar rencor y buscar vengarse

No todos los niños son iguales y asumirán con sumisión la conducta represiva de sus padres. Algunos asumen el castigo físico como una lucha de poder, lo cual los impulsa a buscar formas de venganza o de sacar de las casillas a sus castigadores. Todo esto se vuelve en una fuente de rencor y rivalidad para el niño, sentimientos contrapuestos a una verdadera relación padre-hijo.

Estos son algunos de los aprendizajes que pueden obtener los niños del castigo físico. Yo tengo mi opinión sobre el castigo físico, pero dejaré que ustedes saquen sus propias conclusiones sobre la efectividad educativa de este método de disciplina y crianza.

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Qué hacer ante la revelación de abuso sexual


El abuso sexual es uno de esos temas que solemos temer, puesto que resulta perturbador pensar o enterarse que un niño ha sido víctima de esta forma grave de maltrato. En mi experiencia profesional, he podido conocer diferentes reacciones de los padres, maestros o especialistas ante la revelación de abuso. La mayoría de las veces las respuestas son impulsivas, desordenadas o ineficaces. Es natural que ante una noticia como esta se desate una crisis donde la desesperación, la impotencia o la incredulidad puedan tomar partido. No obstante, las investigaciones indican que una respuesta oportuna, sensible y respetuosa hace la diferencia al momento de atender una situación de abuso sexual, puesto que está orientada a proteger a la víctima, garantizando su seguridad y recuperación.

Para un niño que ha sido abusado es muy difícil verbalizar lo que le ha sucedido; la mayoría de las veces siente mucha vergüenza y temor a la reacción que tome la persona que escucha. El niño no sabe si le creerán, si le brindarán apoyo, si será juzgado o culpabilizado. Se necesita de mucho valor para contar una experiencia de abuso. Si un niño se nos acerca para contarnos lo que le pasó, posiblemente nos eligió porque confía en nosotros y espera que le ayudemos. Entonces tenemos la responsabilidad de estar disponibles para ese niño y de prestarle nuestro mejor apoyo.

Con lo que he estudiado y aprendido en el abordaje de casos de abuso sexual he podido ir definiendo aquellas reacciones más importantes y urgentes que se deben emprender ante cualquier revelación. En este sentido, comparto estas sugerencias con aquellos que tienen dudas sobre lo que se debe hacer ante la revelación de abuso sexual.

Qué hacer 

  • Trate con dignidad a la víctima, lo cual implica estar dispuesto a escuchar y sobre todo a creer en lo que el niño cuenta. Cuando dudamos o negamos lo que el niño dice lo victimizamos y mitigamos su voluntad de hablar. Los registros indican que los niños no suelen mentir ni fantasear alrededor de este tema.
  • Mantenga la calma. Si reaccionamos con alarma, indignación y rechazo asustaremos al niño y éste podría sentir culpa por creer que ha generado malestar en los otros con su relato.
  • Genere un clima de confianza y tranquilidad, comuníquele su apoyo con frases como: “Gracias por confiar en mí y contarme lo que te ha pasado”; “Has sido muy valiente al contar lo que ha ocurrido”; “Me duele que te haya pasado esto, pero buscaremos ayuda”.
  • Sea paciente y escuche con atención. A veces el niño se toma su tiempo para revelar su experiencia: se entrecorta su voz, tiembla, llora, queda en silencio. Escuche sin interrumpirlo, sin anticiparse poniendo palabras por él, sin corregir su lenguaje y sin hacer preguntas que lo hagan dudar (¿estás seguro que sucedió una sola vez?).
  • Informe que el abuso no debe suceder porque va en contra de sus derechos y que son acciones inadecuadas e incluso sancionables.
  • Explíquele que es necesario tomar medidas para que el abuso se detenga y quizás esas medidas impliquen algunos cambios en la vida cotidiana que no van interrumpir sus actividades más importantes.
  • Explíquele que otras personas deben saber lo que le pasó y que sólo lo sabrán aquellas que podrán ayudarlo.
  • Si el niño le hace preguntas sobre lo que sucederá responda con sinceridad y de forma concreta. Evite prometerle cosas que no sabe si podrá cumplir o inventar respuestas. A veces lo mejor es decir: “No sé, pero vamos a buscar ayuda”.
  • Mientras se emprenden los procesos legales o de asistencia es sumamente importante evitar que el niño tenga contacto con el agresor. Debemos resguardarlo de que el abuso se repita o se intensifique.
  • Busque ayuda especializada: psicólogos con experiencia en atención de abuso sexual, asesoría legal, apoyo por parte de ONGs o centros especializados en violencia. El abuso no se detiene ni se repara cuando queremos atenderlo a puerta cerrada (sólo entre familiares) sin recurrir a otras instancias.

Lo que NUNCA debemos hacer

  • Confrontar a la víctima con el agresor para corroborar versiones. No debemos colocar al niño en una posición donde deba defender su relato.
  • Creer que el niño miente, fantasea o ha provocado el abuso.
  • Castigar o regañar al niño porque no dijo a tiempo lo que le pasó o porque no se defendió. Muchas veces los niños son engañados o amenazados para que no hablen. La víctima nunca es culpable.
  • Hacer interrogatorios constantes al niño o permitir que otros miembros de la familia aborden al niño para que vuelva a contar lo sucedido. Esto genera estrés puesto que el niño para poder contar debe recordar situaciones dolorosas o desagradables. Esto lo revictimiza, lo cual profundiza los síntomas traumáticos.
  • Tratar al niño de forma especial o sobreprotegerlo. Se le debe acompañar y cuidar, tanto como empoderar: que conozca sus derechos, que conozca su cuerpo y aprenda a cuidarlo, que sepa identificar y actuar ante situaciones de riesgo.
  • Expresarse de forma despectiva u ofensiva o expresar acciones de venganza hacia al agresor puesto que para el niño éste puede ser una persona importante a la que le tiene afecto. No debemos resolver un asunto de violencia con violencia, debemos seguir los canales regulares: buscar asesoría legal y denunciar.
  • Dejarnos dominar por nuestras emociones sin atender las necesidades del niño. A veces nos preocupamos más por descargar nuestra ira o indignación, descuidando la atención que el niño merece.
  • Obligar al niño a mostrar sus lesiones a otras personas, familiares o profesionales. Sólo un médico forense autorizado puede evaluar las lesiones. Si un médico forense debe revisar al niño, debemos explicarle con anticipación este procedimiento y generarle calma y seguridad.
  • Mostrar una actitud pesimista, catastrófica o desalentadora sobre el porvenir del niño. Evite expresiones como estas: “Te arruinaron la vida”; “Nunca podremos superar esto”; “Ahora no confiaremos en nadie”; “Te han marcado para siempre”.
  • Decir o prometer al niño que con el tiempo va a olvidar lo sucedido. El abuso sexual es una experiencia traumática; por lo tanto no se olvida, y en especial si sucedió de forma crónica. Con ayuda especializada se puede ayudar al niño a que su recuerdo sea menos doloroso y atemorizante; se le puede ayudar a resignificar su experiencia pero no a olvidarla.
  • Aplicar nuestros conocimientos profesionales a un familiar que ha sido abusado. Esta es una conducta antiética que perjudica al niño y va en contra de un proceso adecuado de asistencia. Este tipo de acciones también contamina los procesos legales. Absténgase de aplicar pruebas psicológicas, hacer entrevistas, hacer intervenciones o conciliaciones familiares, hacer exámenes médicos o medicar al familiar abusado. Podemos acompañar y apoyar a un familiar abusado, mas no atenderlo como profesionales. Lo ideal es referir al niño a los especialistas competentes.
  • Recibir una revelación de abuso sexual y no hacer nada o promover el silencio. Si hacemos esto somos cómplices de violencia y reforzamos la desconfianza y desesperanza del niño hacia los otros, lo cual deviene en un sentimiento de soledad y desamparo.

Es abrumador escuchar una revelación de abuso sexual, pero más abrumador es para el niño que nosotros no sepamos cómo tratarle y qué hacer para ayudarle. En estas sugerencias encontramos esos primeros pasos que debemos emprender para poder actuar de forma preventiva y competente, espero les sean de utilidad.

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5 principios para enseñar a los niños a proteger su cuerpo


4. Colorful Hans-up

Entre las diferentes medidas que podemos adoptar dentro de la familia para prevenir el abuso infantil está el enseñar a los niños el valor de su cuerpo. El significado que el niño desarrolla sobre su propio cuerpo depende en gran medida de lo que nosotros le enseñemos sobre el mismo.

No se protege lo que no se valora. Si le enseñamos al niño que su cuerpo no es importante, el niño aprenderá que otros pueden decidir y actuar sobre su cuerpo; favoreciendo que sea más vulnerable al momento de reconocer y afrontar una situación de riesgo.

La vida cotidiana se puede volver el escenario idóneo para enseñar a los niños a dignificar, significar y trazar los límites de su cuerpo. Aquí comparto algunos principios para enseñar a los chicos el valor y la protección de sus cuerpos. Éstos los he construido en base a mi experiencia en la atención a niños, niñas y adolescentes.

1.- Reconocer las partes y el funcionamiento del cuerpo

La educación sexual empieza por el reconocimiento del cuerpo, de sus formas, sus partes y sus funciones. Desde temprana edad el niño comienza a conocer su cuerpo y el de los otros, compara y hace preguntas. Aquí es importante hablar con naturalidad, enseñando el nombre correcto de las partes del cuerpo. Así como le decimos al niño «este es tu brazo», debemos decir «este es tu pene» o «esta es tu vagina». Igualmente, le debemos permitir al niño expresar su curiosidad sobre el cuerpo y la sexualidad, adecuando la información que le proporcionemos a sus inquietudes, capacidad de comprensión y edad. En general, el niño merece saber que su cuerpo es fabuloso, pues a través de él se experimenta a sí mismo y al mundo. El cuerpo es el contenedor de la vida, allí reside su valor.

2.- Independencia en la higiene y el autocuidado

Si el cuerpo es vida, debe ser cuidado. El bañarse, limpiarse cuando se va al baño, cepillarse los dientes, alimentarse, protegerse del frío o de los rayos del sol son maneras de cuidar el cuerpo. Un error frecuente que comenten los padres es no permitirle a los niños cuidarse por sí mismos, haciéndolos dependientes del cuidado de los adultos. En la medida que el niño crece va desarrollando habilidades que le permiten valerse por sí mismo. Nuestra labor es permitirle desplegar sus habilidades y entrenarlos en el uso de las mismas. Un niño debe aprender progresivamente a bañarse, vestirse y limpiarse. Esto evita que personas conocidas o desconocidas tengan acceso a su cuerpo. Mientras más independiente es el niño en el cuidado de su cuerpo más protegido estará de contactos abusivos.

3.- Crear conciencia de lo íntimo y lo privado

El cuerpo está involucrado en acciones que pueden ser públicas o privadas. Enseñarle al niño sobre la privacidad del cuerpo le ayuda a desarrollar un sentido de intimidad y respeto por sí mismo. El niño debe saber que hay acciones que pertenecen al mundo de lo privado, que son individuales y que pueden participar otros sólo si tienen nuestro consentimiento. Y así como hay acciones privadas (cambiarse de ropa) hay espacios privados (el baño) donde las podemos emprender. Del mismo modo, debemos enseñar a los niños que las personas debemos respetar entre sí nuestras acciones privadas y nuestros espacios privados. Muchos niños reciben mensajes confusos sobre este tema. Puesto que por ser niños, los adultos suelen saltarse esto de la privacidad y son capaces de abrir la puerta del cuarto mientras el niño se cambia, entrar al baño sin avisar mientras el niño se baña o suelen cambiar de ropa al niño frente a otras personas. Lo privado es válido tanto para adultos como para niños. El niño debe saber que los demás deben respetar sus espacios y acciones íntimas.

4.- Saber identificar sensaciones agradables y desagradables

El cuerpo nos dota de sensaciones agradables y desagradables. El sabor de un helado o el dolor de un rasguño son sensaciones que experimentamos a través del cuerpo. Estas sensaciones son señales que nos permiten determinar qué nos gusta o nos disgusta, qué nos resulta cómodo e incómodo. La vida cotidiana está llena de oportunidades para enseñar a los niños a identificar lo que es agradable o desagradable para ellos: un abrazo fuerte, las cosquillas, un beso ruidoso, la lamida de un perro, el contacto con el sudor de otro… Al hablar con ellos sobre sus sensaciones y ayudarles a reconocer qué los hace sentir agradados, respetando sus opiniones y demandas, les estamos brindando herramientas para detectar acciones abusivas por parte de otras personas. El niño debe saber que nadie puede obligarlo a experimentar sensaciones desagradables o incómodas.

5.- Derecho a decir NO

El niño debe saber que tiene derecho a decir «no», en cualquier momento y a cualquier persona. Puede decir «NO» si alguien desea abrazarle, besarle, tocarle o mirarle. El asunto no es enseñar a los niños a ser maleducados, como suelen pensar algunas personas. Es enseñarles a defender su cuerpo y a decidir quién puede tener acceso al mismo. El alentar a los niños a decir «no» es una forma de empoderarlos, de enseñarles que su cuerpo les pertenece y que pueden exigir respeto de los otros. Es frecuente ver cómo muchos padres obligan a los niños a dar besos y abrazos a familiares o desconocidos. Si el niño no quiere o en ese momento no le apetece no podemos obligarlo. Si lo obligamos le enseñamos que está bien acceder a los deseos del otro aunque eso nos cause malestar o incomodidad; le enseñamos que lo importante no es lo que nosotros sentimos sino lo que sienten o piensan los demás. Podemos pedir a los niños ser respetuosos con las personas, pero no podemos pedirles que den demostraciones de cariño si no lo desean. El niño también debe saber que puede pedir ayuda si una persona insiste en que dé o reciba besos, abrazos o caricias a pesar de haber dicho que no quería. Si el niño siente que puede decir «no» a cualquier persona y en cualquier momento no temerá hacerlo en una situación potencialmente abusiva (Aquí les recomiendo un libro que les puede ayudar a hablar de este tema).

No se puede garantizar que un niño esté libre de recibir algún tipo de abuso, pero sí podemos empoderarlo para que sepa distinguir una situación riesgosa y sepa pedir ayuda. La clave de toda prevención es crear un ambiente de confianza y comunicación que invite al niño expresar sus dudas, inquietudes y experiencias. Parte de esta prevención es que el niño aprenda a querer, cuidar y defender su cuerpo porque es suyo y de nadie más.


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7 Razones para eliminar el castigo físico como método de crianza


 

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Aunque en las últimas décadas la educación y la crianza se han visto influidas por los avances en materia de derechos y protección a niños, niñas y adolescentes todavía es común escuchar a adultos que consideran el castigo físico como un método infalible y necesario para criar y lograr obediencia en los niños. En nuestra cultura sobrevive una apología al castigo físico sustentada en un conjunto de ideas y creencias bastante débiles y rebatibles, las cuales parece fueron aprendidas como verdades absolutas. Hagamos una revisión de algunas de estas creencias y veamos si realmente el castigo físico es útil a la sociedad.

1.»Tengo derecho a pegarle a mi hijo”

Eso no está registrado ni estipulado en ninguna ley, mientras que sí está establecido legalmente que los niños y adolescentes tienen derecho al buen trato y a una crianza libre de violencia. De modo que los padres, representantes, cuidadores y docentes tienen la obligación de aplicar métodos de disciplina y crianza no humillantes, ni coercitivos o violentos. Una cosa es el derecho a ejercer el rol de padres y otra es usar ese rol como medio para violentar. Los niños tienen derechos y esos derechos son irrenunciables e indivisibles.

2.“Yo no voy dejar que mi hijo haga lo que le dé la gana”

Según esta idea los niños no pueden hacer lo que les dé la gana pero los adultos sí pueden hacerlo. ¿No se puede permitir a un niño que incumpla las reglas pero un adulto sí puede incumplirlas? Cuando un adulto usa el castigo físico está incumpliendo reglas, leyes. El castigo físico es violencia y la violencia es un delito, puesto que vulnera la integridad física y emocional de la persona. Una nalgada, un empujón, un jalón de oreja o cabello, un zarandeo o la amenaza de propinarlos comprenden formas de violencia. Ante todo debemos ser cuidadores congruentes y modelos a seguir. Por ello, existen múltiples y efectivos métodos para hacer de nuestros hijos niños respetuosos, disciplinados  e integrados socialmente. Estos métodos no son un delito, son estrategias educativas que sólo requieren que estemos dispuestos a aprenderlas y aplicarlas.

3.“Gracias a que mis padres me pegaron soy una persona de bien”

La mayoría de los que dicen esto creen que son “personas de bien” porque les pegan a sus hijos. El punto anterior derrumba esto. Por otra parte, estadísticamente no existe correlación entre castigo físico y habilidades para la vida. Es decir, no se ha demostrado que pegarle a un niño garantice que cuando se vuelva adulto sea una buena persona, disciplinada y respetuosa. Por el contrario, sí existen registros de personas que recibieron castigo físico severo durante su infancia y desarrollaron rasgos sociopáticos o psicopáticos. Sea leve, moderado o severo el castigo físico no es garantía de que el niño desarrolle habilidades que le permitan una vida satisfactoria en su adultez, así como tampoco la ausencia del mismo. Todo esto va a depender del entorno donde el niño crezca y del sistema de límites, normas, valores y habilidades emocionales que los padres y familiares le proporcionen. Somos reduccionistas al creer que nos volvimos personas de bien porque nos pegaron durante la infancia. Seguro que eso no fue lo único que recibimos y seguro que muchas decisiones propias de nuestra individualidad han hecho de nosotros mejores personas. Seguro en su momento deseamos con mucha fuerza que nuestros padres no nos pegaran y quizás nos prometimos no hacer eso con nuestros hijos.

4.“Le pego a mi hijo para que aprenda”

 El castigo físico es un recurso contra educativo, pues enseña a los niños que la violencia es una forma de resolver problemas y que ante una situación de desventaja es la vía para conseguir lo que queremos. El castigo físico enseña que el poder, ése que otorgan los roles, es un instrumento para transgredir y pasar por encima de los otros. Es aprender a exigir respeto irrespetando, es aprender a pedir consideración siendo desconsiderado, es aprender a exigir obediencia siendo desobediente con la ley, es aprender que la fuerza sirve para controlar y humillar. Aunque al final nuestros hijos pueden elegir qué conservan de lo que aprendieron de nosotros, creo que lo mejor es esforzarnos para que aprendan formas más sanas y efectivas de resolver y afrontar problemas, así como a practicar el ejercicio adecuado de los roles y no el uso arbitrario de los mismos.

5.“Le pego para que sepa que yo tengo el control”

En realidad la violencia es el indicador más alto de pérdida de control. Cuando comenzamos a gritar, amenazar y pegar estamos demostrando que perdimos el control, que estamos perdiendo los argumentos y que somos incapaces de afrontar la situación. Al optar por el castigo físico nos estamos yendo por la vía fácil, por unos resultados efímeros que poco aportan a nuestro crecimiento personal y al desarrollo de nuestros hijos. De esta manera, perdemos la oportunidad de desarrollar nuestra inteligencia al dejar de activar o estimular recursos cognitivos y emocionales que nos permitan resolver y afrontar problemas adecuadamente. Aunque parezca difícil y tedioso emprender un proceso para aprender nuevas habilidades de comunicación, manejo emocional, colocación de límites y resolución de problemas, les aseguro que termina siendo una experiencia enriquecedora y gratificante capaz de fortalecer los vínculos relacionales.

6.“Lo dices porque no es tu hijo, si conocieras al mío sabrías por qué le pego”

Esto lo dicen aquellos que necesitan justificar sus acciones. Es como si tratasen de decir “no soy yo es él”. Esta creencia responsabiliza al niño sobre las acciones de sus padres, lo hace el culpable. Es colocar sobre el niño toda la carga sobre las fallas que seguramente hay dentro del sistema de crianza. Un niño que constantemente actúa erráticamente, cuyo comportamiento es problemático, es un niño sin contención familiar, sin unos padres que le guíen. Un niño puede hacer cosas que nos molesten y frustren, pero somos nosotros los que decidimos qué hacemos con esas emociones, somos nosotros quienes elegimos si las convertimos en violencia.  La violencia no tiene justificación, sea cual sea el carácter o el comportamiento del niño, éste no merece ser tratado con violencia y así lo dictaminan sus derechos.

7.“Unos buenos correazos de vez en cuando no le hacen daño a nadie”

Si con lo dicho arriba aún no te convences sobre lo dañino que es el castigo físico vamos a replantearlo. Desde mi experiencia personal y profesional sé que los niños sufren mucho cuando sus padres les pegan, la mayoría de las veces es más fuerte el dolor emocional que el físico. Los ojos llenos de ira y desaprobación es algo que los niños no olvidan sobre el trato que le dieron sus padres. Las palabras y las acciones violentas quedan en su memoria como señales de que han sido incomprendidos, juzgados, rechazados y no aceptados. Pero no sólo el niño sufre, realmente los padres no disfrutan cuando le pegan a sus hijos. He visto a muchos padres confesar y recordar con dolor, culpa y remordimiento las veces que le han pegado a sus hijos, muchos refieren no sentirse a gusto con sus acciones. A veces los padres ocultan estas emociones y acto seguido van a curar las heridas, rasguños y moretones que han propinado a sus hijos. ¿Realmente es necesario pasar por todo esto? Me parece muy doloroso e insano. ¿Consideran que es un mal necesario? El castigo físico es un mal evitable y prevenible, puesto que puede ser sustituido por formas sanas y nutritivas de crianza. Por otro lado, si alguien disfruta pegarle a su hijo, si eso le genera placer y satisfacción es recomendable que asista a un especialista.

Estas son algunas de las creencias bajo las que se escudan muchos adultos que usan el castigo físico. Existen muchas más creencias y justificaciones a favor del mismo, pero son más los argumentos que las rebaten que aquellos que las refuerzan. Como pudimos ver en esta primera de muchas revisiones que haré del tema, el castigo físico es un método dañino e inefectivo. Entonces, atrevámonos a prescindir de él y permitamos que los niños crezcan sin miedo y con la confianza de que existen variadas y saludables formas para relacionarse y colaborarse los unos a los otros.

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¿Estás de acuerdo o en desacuerdo con estás razones? ¿Conoces otras creencias que apoyan el castigo físico? Comparte tus comentarios.